
Aunque lo primero que debería hacer es presentarme, por razones que comprenderán cuando hayan leído mi relato, les pido que me permitan decirles solamente que soy una ex alumna de Vegatomate (Empresa de Experiencia de Villanueva de la Serena). Hasta hace sólo unas semanas, empleaba mis mañanas en adquirir “tablas” en el trabajo administrativo y comercial del mencionado proyecto.
He aprendido mucho en él, facturación, control de almacén, negociación, contabilidad, impuestos, nóminas,… bueno, me estoy extendiendo demasiado, pido disculpas; les decía que aprendí mucho, aunque no tardaría en darme cuenta de que siempre quedan cosas por aprender.
En mi primer día de trabajo, debo aclararles que ejerzo de recepcionista en el Ayuntamiento de mi pueblo… ¿Qué pueblo? – dirán ustedes - ¿y eso qué más da? – Pues un Ayuntamiento de un pueblo pequeño…de los nuestros… de los de toda la vida… situado en la Plaza de España número 1, como debe ser… ya les digo… con su alcalde, sus concejales, los primos de... Bueno… pues eso… un Ayuntamiento normal y corriente.
Ya ven que me diluyo fácilmente, veamos ¿dónde lo había dejado? Sí, ya me acuerdo, les decía que iba yo por la calle caminando con paso firme y la cabeza alta, segura, dispuesta a comerme hasta las banderas de la Casa Consistorial. Y allí me planté, puntual, con energía, a las ocho de la mañana
- Buenos días.
- Buenos días.
Me hago dueña de la situación: aquí el registro de entradas, aquí el de salidas, fotocopias para compulsar, etc… Todo controlado en quince minutos. Pero al minuto 16, se planta delante de la ventanilla de mi recién estrenada oficina un vecino del pueblo. Yo, diligente y llena de simpatía me dispongo a atenderlo:
- Dígame ¿qué desea? - ¡Qué bien lo había hecho! Ese señor saldría de allí diciendo ¡Ay que ver que agradable es la nueva recepcionista del Ayuntamiento!
- Vengo a comprar un nicho – Algo empezó a ocurrirle a mi estómago en aquel momento, pensé que no lo había entendido bien.
- ¿Perdone? – Pregunté sin permitir que se borrara mi sonrisa.
- Que quiero comprar un nicho.
- ¿Para un muerto? – continué preguntando. La sonrisa se había convertido en una mueca que hacía que la cara me pesara. Me quedé lívida como si alguien me hubiera quitado los cinco litros de sangre que me corresponden como a todo el mundo.
- ¡Si los tienen tamaño familiar…!
- Tamaño familiar – repetí en voz alta sin darme cuenta.
- Pero ¿será posible? Este Ayuntamiento siempre igual ¡son todos unos inútiles!
A esas alturas ya había perdido toda esperanza de que el individuo en cuestión, saliera de allí hablando maravillas de la nueva recepcionista, pero eso no era lo peor, el hombre seguía despotricando contra mi ineptitud como un poseso, gritándome que mi sueldo lo pagaba él. Yo, que era mi primer día, que todavía no había visto ni un duro.
Por suerte alguien escuchó el torbellino de improperios y acudió en mi ayuda.
Queden ustedes advertidos: los nichos de los cementerios, se venden en los Ayuntamientos.